Llama Gemela - Steve Rogers & Natasha Romanoff (Romanogers / SteveNat / CapWidow)



*     *     *


    Por lentos segundos, los ojos azules de Steve permanecen fijos y atentos. La escena que se presenta a través del gran ventanal de la tienda le mantiene así y con el corazón apretado contra el pecho. Ve a la amorosa pareja. Ella ríe y él juega con su cabello, riendo también y aprisionando después a la joven entre sus brazos con una efervescencia que es admirable y también, tremendamente envidiada.
    Él recuerda el privilegio que sus propios brazos habían tenido por tanto tiempo y una vez más, en aquel mismo pequeño espacio de realidad que parece haberse detenido, siente aquella presión en medio de su pecho que parece nada más arremeter contra sus heridas, quebrantar su alma y ponerlo de rodillas, desamparado y destruido ante aquella pérdida que ha roto mucho más que su corazón.
    Ante el llamado de su nombre, y como si fuera la cosa más fácil del mundo, su mirada pestañea bruscamente y el privado momento recién vivido, se difumina a cada paso que da hacia el pulcro mostrador. 
    Steve suspira, se detiene y toma su cappuccino. Con una dulce sonrisa, la cual en sus comisuras esconde estragos de pura tristeza, agradece por el servicio listo para marcharse, sin antes claro pedir un ejemplar del periódico con el cual se entretenía todas las mañanas y mientras toma los papeles, su subconsciente le recuerda lo cruel que era el hecho de tener que continuar cada segundo de una vida sin ella.
    Lee el título de letras negras en la portada y antes de que pueda explorar más, su respiración se bloquea y los latidos de su corazón se detienen al eco dulce y de alguna manera, místico de aquella risa. Aquella melodía que él sería capaz de reconocer hasta en el lugar más poblado del universo.
    Su instinto es único. Gira sobre sus talones y a través del pequeño grupo de personas frente a él, vuelve a escuchar aquel eco tan armonioso, que esta vez es acompañado por la exquisita profundidad del tono de su voz. Cada palabra sostiene amabilidad y calidez, de la misma manera en que ella siempre se había dirigido hacía él y son esas mismas las cuales lo han atrapado y arrastrado directamente a donde ella se encuentra.
    A diferencia de hace un momento, esta vez, él podía sentir como su corazón estaba a punto de romper a través de su pecho y caer justo en las manos de la única dueña que había tenido. Una bocanada de aire causa estragos y no puede creerlo. Por un instante, no puede creer que sigue escuchando su voz, ni mucho menos que cuenta una vez más con el privilegio de observar su larga melena rojiza, la cual cae de manera abundante contra su espalda y hombros, replicando tantos momentos de una vida que parecía ya completamente olvidada. Una vida que solo en escasos momentos vivía en sus recuerdos y en sus más privados sueños, también.
    Y de pronto, ojos verdes profundos como la noche y con un brillo precioso como solo la luna puede proyectar, le enfrentan. La sonrisa en los carnosos labios de la joven se desvanece poco a poco, mientras su mirada se mantiene en él, curiosa y tremendamente confundida, pero a la misma vez, reconociendo un ligero cosquilleo de misteriosa familiaridad.
    Ella pestañea y es la intensidad de la confusión expresada a través de su mirada lo que hace a Steve retroceder. Su mente ha enloquecido; los recuerdos luchan contra la hostilidad de una voz que le recuerda que a quien tenía frente a él no era Natasha. Al menos, no su Natasha. No era la mujer a la cual había amado tan incesantemente y a quien había prometido su corazón y alma hasta el final de su vida juntos.
    Sus exasperados pasos lo llevan a abandonar el local. La fuerza en su caminar es tal que en el segundo en que se detiene siente un leve dolor en sus extremidades. Dolor que lentamente se extiende por todo su cuerpo. Respira e intenta ver a su alrededor, pero nada es tan nítido en ese momento como las imágenes que pasan y cambian dentro de su mente; cada recuerdo es uno con la velocidad de los latidos de su corazón; palpitante e intenso, doloroso y desesperante y por primera vez, de una forma tremendamente ingenua, se pide así mismo olvidarlo todo.

    —No es ella…— susurra, implorando serenidad en tan despreciables palabras. —Jamás volverá a ser ella…— decreta, dando un paso al frente, dispuesto a abandonar una vez más una realidad que hiere mucho más que la maldita verdad.
    —¡Oye, detente! Por favor…— su respiración agitada se escucha detrás de él y sin alguna intención de siquiera resistirse, Steve voltea enfrentando la sensible emoción de sus ojos azules con el verde manantial de ella.

    Ella le regala una dulce sonrisa; su gesto es amable y de un entendimiento que a él le parece tan real y esperanzador. Sin embargo, ella sigue tremendamente desconcertada por lo que sucede. No tiene idea de quién es él y aún así, su mente se encuentra inundada de recuerdos que jamás ha vivido, pero que simplemente han aparecido una mañana al despertar. Recuerdos borrosos, pero enmarcados en los más brillantes y hermosos sentimientos. Recuerdos donde él y ella son los únicos protagonistas.

    —¿Quién eres?
    Las palabras escapan con una emoción ligeramente temerosa; una emoción que la joven ve reflejada en el océano azul que son sus ojos y que pronto, sin ella entenderlo también, siente arde en su mirada.
    Y aún más, tremendamente valiente como él la recordaba, ella se acerca. Da dos marcados pasos en su dirección, teniendo a Steve completamente paralizado. Si solo ella lo supiera, él estaba seguro que no sería capaz de mantener su mirada en la suya como si fuera la manera en que sus labios declararan que jamás le dejaría ir.

    —No te conozco. Al menos, no recuerdo haberte conocido antes y aún así, tengo…— ella guarda silencio, como si solo estuviera cerciorándose de que realmente él es el hombre que ha vivido en su mente de manera tan indiscriminada los últimos seis meses. —Tengo...estos recuerdos, supongo...de ti y mi…— sus ojos verdes vuelven a encontrarse con la mirada del veterano soldado, quien reconoce el estrago en el cual ella vive, también. —Es felicidad. Todo lo que veo y siento es pura y dichosa felicidad.

    Finaliza y deja escapar un suspiro tan pesado como si lo dicho hubiera agotado las fuerzas de su querido corazón, mientras Steve, en lo más privado del suyo, lucha por no rendirse una vez más ante sus más sagrados deseos.
    No era ella. No era su Natasha, se repite. 

    —Estoy seguro que tienes una vida hermosa y tranquila. No necesitas saber sobre eso. Es mejor de esa forma.— dice, aferrándose a la fuerza de su propio respirar para continuar. —Solo, intenta olvidarlo y...seguir adelante.

    Dolorosamente, Steve traga la amargura de sus propias palabras y siendo incapaz de alargar aquel momento un segundo más, cubre las lágrimas en su mirada con un pestañear y le da la espalda a la réplica perfecta de su amada, comenzando a caminar con voluntad insegura y un corazón más roto de lo jamás deseado.

    —Por favor…— la palabra es piadosa, tanto o más que el delicado toque de su mano contra la suya. 

    Con una entereza y gallardía que incluso la sorprende a ella misma, Natasha sostiene la mano de aquel hombre que quizás no es un total desconocido, impidiendo que la abandone de aquella manera tan desconsiderada. —No te vayas. No me dejes de esta manera.

    La calidez de la unión hace a Steve volver a un lugar tan seguro; un lugar que compartieron juntos tantas veces en otra vida. Un lugar que era su hogar y el único lugar donde había pertenecido realmente. Ella y su amor habían sido siempre el más perfecto de los refugios.
    Cariñosamente, una media sonrisa se forma en sus labios y delicadamente, aprieta su pequeña mano entre la suya, arrastrando la piedad que ahora vive en sus ojos azules hacía ella y él se enfrenta a la temerosa angustia que habita en sus ojos verdes. Un sentimiento que lo hiere tanto como la pérdida misma.
    Él se acerca, dando los mismos pasos que ella se había atrevido a dar antes. Suspira y lentamente, suelta su mano, parándose frente a ella de la manera más estoica posible después.

    —Son recuerdos. Son reales. Únicamente, no te pertenecen. No a esta versión de quién eres, al menos.— la joven frunce el ceño, una muestra de su continua confusión, sin embargo, no dice nada. Mantiene su silencio para que él continúe.
    Steve recupera algo de aire; un poco de aliento para seguir adelante.
    —En esa vida...Estuvimos juntos. No tanto tiempo como lo habíamos prometido, o no tanto tiempo como lo hubiéramos deseado. Pero…— dice y la pequeña pausa le da la libertad de volver a clavar sus ojos azules en el bello rostro de la joven, quien en ese minuto, ante él y en lo más profundo de su ser y corazón, entre sus más salvajes deseos y anhelos, se convierte en su amada. Él no es capaz de ver ninguna pequeña diferencia.
    —Pero, hasta el último momento, estar entre tus brazos, tenerte entre mis brazos...fueron los lugares más seguros y felices en los cuales pudimos estar. Tu valentía, tu sabiduría, tu lealtad, todo tu amor...siempre me mantuvieron a salvo. Te amé. Te amé tanto como nunca amé a alguien. Y me gusta pensar que me amaste de la misma manera. Que digo...sé que lo hiciste. Sé que jamás alguien me hubiera amado de la forma en que tú lo hiciste. Demostraste cuán leal, profundo e incondicional era tu amor hacia mi a cada momento. Siempre.— él toma una pequeña pausa y continúa después, reflejando la misma intensidad e inmenso amor. —Lo único que lamento es que nunca tuve el valor de dejar todo y a todos atrás y huir contigo como una vez lo pediste. Valía la pena hacerlo. Por ti valía la pena hacer eso y mucho más. Pero, a cambio, lo que obtuvimos, fue precioso en verdad. Cada segundo a tu lado fue excepcional.— se detiene, agacha la mirada y contiene la emoción que los recuerdos y sus palabras ocasionan de manera tan deliberada.

    Por su parte, la pelirroja aparta la mirada, también. Las palabras habían sido demasiado. La crudeza de su sentimiento era inigualable y ella estaba consciente de que no eran palabras dirigidas a ella, sin embargo, no había podido evitar sentirse tremendamente atraída a todo lo escuchado. Era amor. Puro, sin límites y precioso. De ese que no se puede negar, ni mucho menos cuestionar.

    —Jamás te hubiera dejado ir, Natasha. Jamás...lo hubiera permitido…
    —Steve…— susurra ella y con un gesto suave él pide silencio.

    No era necesario una sola palabra.

    —Por favor…— pide la joven a cambio, acercándose aún más con unas ansias inmensas de poder tomar sus manos y acunarlas entre las suyas casi de la misma dulce manera en que había sostenido su mano hace minutos.
    Pero, se detiene. Lleva sus manos a su pecho rogándole con el mismo gesto y con la emoción transparente en sus ojos verdes que la escuche. Prometía no hacerle daño.
    —Sé que dices la verdad. Todos estos recuerdos...me muestran todo eso. Me muestran cuán excepcional fue su vida a tu lado. Siento su alegría. Su eterna felicidad al sentirte tan cerca como les era posible. Puedo sentir su corazón palpitante en profundo, enérgico amor por ti. Yo...no sé...más detalles de su vida, pero si tengo la certeza de que tu amor cambió su vida para mejor.— ella calla y sin la reserva de antes, una de sus manos se posa en el pecho del hombre, a quien el gesto no le causa más que calidez absoluta. —Lamento tanto que la hayas perdido.

    Sus miradas conectan con una pureza que les resulta aún inmensamente inquietante, pero que al mismo tiempo, no se siente para nada peligrosa. Todo lo que están sintiendo en ese momento se balancea libremente entre los pasadizos misteriosamente amorosos de los recuerdos que honestamente era lo único que los unía.
    —Gracias…— sumita Steve, sin vergüenza de mostrar las lágrimas que cubren su mirada, al tiempo, que suavemente, una de sus manos se posa sobre la de Natasha y con la misma bondad que ella había mostrado, acaricia la piel porcelana de la joven en un acto digno e inocente de agradecimiento. —Muchas gracias por esto.

    Ambos sonríen con la amabilidad que sus corazones necesitan recibir en ese instante. Sus manos se alejan y pronto, ella lo hace, también. Da un paso atrás, limpiando sus lágrimas y viendo, sin querer parecer invasiva, como él hace lo mismo.
    Steve vuelve a agradecerle y Natasha le pide que no lo haga. No hay necesidad de aquello. Al contrario, ella es la que se siente inmensamente agradecida por tan inesperado encuentro. Él se limita únicamente a sonreír. Podría decir tantas cosas más; tantas que no pudo decir antes, no obstante, sabe que no es lo correcto. Ella tenía una vida y él, lamentablemente, no era parte de ella.

    —Steve…— el llamado de su nombre hace que su corazón vuelva a palpitar con furia y al girarse, nota aquel brillo particular en los ojos de la joven.
    Como todo lo demás, él lo recordaba. Sabía muy bien qué había detrás de aquel brillo.
    —No quiero sonar atrevida, pero…— pausa y con sus mejillas enrojecidas por la vergüenza y emoción, ella habla. —Nadie está esperando por mi. No pretendo…— un segundo de duda. —Ni siquiera sé muy bien qué decir...Pero, sé que no soy ella. No lo pretendo ser. Solo quiero conocer tu historia y yo puedo contarte la mía, si gustas.

    Las palabras le han dejado en un pequeño trance, que se vuelve aún más poderoso, al darse la libertad de observar su rostro detenidamente. El ardiente sonrojo de sus mejillas va a la par con el color de sus dulces labios y la emoción que aguarda en sus ojos verdes le resulta simplemente deliciosa al hombre.
    Ella con un atrevimiento dulce, sensible y románticamente paciente había abierto una puerta que él se había prohibido explorar. ¿Cómo sería capaz de negarse ahora?

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